domingo, 10 de diciembre de 2006

EDITORIAL INVITADO


DEL PERIODICO HOY DE LA FECHA (10/DIC./2006)

Oportuno
Parecería que el ejercicio de insistir en que se establezcan controles sobre la producción y venta de fuegos artificiales forma parte de la tradición de la Navidad, pero no es así.
Lo que obliga a ser reiterativos no es el festejo estacional, sino la falta de responsabilidad de las autoridades ante el problema.
Los artefactos pirotécnicos que se producen y venden con todo desparpajo en este país no tienen nada de artificial.
Tampoco son artificiales las quemaduras y mutilaciones que ellos provocan, sobre todo a niños.
Año por año hay que repetir lo mismo y escuchar el mismo estribillo de parte de las autoridades.
Aún en el limitado ámbito de la pirotecnia, materia en la cual incursionan muchos profanos, el uso y manejo de sustancias nitrosas debe estar sometido a los rigores de estrictos controles.
Sin embargo, aquí cualquier analfabeto fabrica "tumbagobiernos" y otros artefactos que nada tienen que envidiarle a parque de artillería.
Es necesario que nuestras autoridades mediten seriamente acerca de la gravedad de este asunto y que rompan la rutina de todos los años.
No se puede continuar prohibiendo de boca la venta de fuegos dizque artificiales mientras en nuestras narices se fabrican y mercadean con plena libertad.
En otras partes del mundo el manejo de artefactos de pirotecnia está limitado a expertos en la materia, que se encargan de hacerlos funcionar en espectáculos para el público.
Aquí son niños los que se exponen a los riesgos de quemaduras y mutilaciones. Ya hemos dicho que no hay nada de artificial en estas piezas de pirotecnia, y mucho menos en sus desastrosos efectos.
Ojalá repetirlo como en años anteriores sirva esta vez para algo juicioso y responsable.

Contaminación sonora


Si el libro Guinnes de marcas mundiales tuviera un casillero para quienes implanten marcas en materia de ruidos innecesarios, la República Dominicana quedaría en uno de los primeros lugares, si no en el primero.
Particularmente nuestras ciudades son insoportablemente ruidosas y por doquier aparece un estridente altoparlante despachando al aire más decibeles que los soportables por el oído y el sistema nervioso de la gente.
La contaminación sonora no parece inscrita entre las más nocivas, a pesar de sus efectos perjudiciales para la salud.
Bocinas de vehículos, plantas de emergencia, máquinas sin silenciador, guaguas anunciadoras, colmadotes, puestos de venta de discos y otros medios contaminantes agraden la salud física y mental de los dominicanos y nadie parece tomarlo en cuenta.
Más que cualquier desecho sólido, líquido o gaseoso, la contaminación sonora es un enemigo terrible, que daña no sólo el oído, sino que es probada causante de muchas enfermedades peligrosas.
Contra esa contaminación hay que tomar medidas bien severas, tan severas como los perjuicios que ella produce.
Guardamos excesivo silencio ante tanto ruido y eso hace daño

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