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PUERTO PRÍNCIPE. Pequeños cuerpos de niños yacían apilados al lado de las ruinas de su escuela derrumbada. Sobrevivientes pululaban por las calles con sus rostros asombrados cubiertos de polvo blanco y heridas sangrantes. Doctores frenéticos vendaban cabezas y cosían heridas en el estacionamiento de un hotel.
El país más pobre del hemisferio occidental era una imagen de devastación conmovedora ayer, un día después de un terremoto de magnitud 7.
El temblor dejó edificios colapsados, desde hospitales, escuelas, iglesias y casas destartaladas hasta el reluciente palacio presidencial, y de los escombros se desprendía una nube de polvo blanco que envolvía la capital entera. Leer más.
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