Uno de los tantos axiomas pulverizados en los últimos turbulentos meses es el de que las economías emergentes latinoamericanas se mantenían desacopladas de la crisis financiera global. Se había oído con fuerza en el primer semestre de 2008, se había dicho con la boca chica (crecimientos positivos pero bajos) en el segundo semestre de 2008, se puso en cuarentena con la crisis del real y el peso en octubre/noviembre de 2008 y abiertamente ha quedado desmentido ahora cuando empieza el año en Brasil. O sea, después de Carnaval.Para los optimistas, la incógnita no parece estar tanto en el cómo pasarán la crisis estos países sino en cuán lanzados saldrán de ella. Los elegidos. Y probablemente no les falte razón, si nos atenemos a la agenda de reuniones del mismísimo Presidente Obama, que, por poner unos ejemplos, ha respetado la tradición del encuentro previo a la investidura con el Presidente mexicano, ha privilegiado sin disimulo la visita del Presidente Lula de Brasil a la Casa Blanca y ha incluido entre sus interlocutores cercanos al Presidente Uribe de Colombia.La noticia de que Estados Unidos y Brasil trabajarán conjuntamente para preparar las reuniones en abril del G-20 en Londres y de la Cumbre de las Américas en Puerto España (Trinidad y Tobago) no puede sino ser leída con esperanza. Sobre todo si los dos líderes naturales de la región se reafirman en que, como proclamó el G-20 en la Declaración de Compromiso de su reunión de noviembre de 2008 en Washington, el éxito de las medidas que se adopten sólo será posible si se fundan en los principios del libre mercado, el imperio de la ley, el respeto de la propiedad privada, la apertura al comercio y a la inversión y la competencia en los mercados. Da gusto ver a Lula reprochando a Obama su giro proteccionista y la inclusión de la cláusula “Buy American” en su paquete de estímulo. Y daría más gusto aún si se aplicara el cuento. ¿Les suena de algo?“Nos comprometemos a seguir aplicando políticas macroeconómicas sanas, caracterizadas por medidas fiscales y monetarias apropiadas y transparentes, gastos públicos prudentes, ahorro interno elevado y altas tasas de crecimiento. Seguiremos también promoviendo el desarrollo del sector privado, diversificando la actividad económica, mejorando la competitividad y reforzando la integración económica. Si el intercambio de bienes fuera abolido, la sociedad sería imposible. La escasez puede ser superada por medio del intercambio mutuo de aquellos bienes que sean poseídos en abundancia por unas partes y otras”.Mientras que las dos primeras frases probablemente habrán sido escritas en algún ordenador portátil de última generación y habrán recorrido centenares de miles de kilómetros a través de fibras ópticas u ondas de satélite, las dos segundas quizá lo fueron con la pluma mojada en tinta de algún gallardo pato castellano y tardaron meses en salir de Toledo, España. No en vano las separan más de 400 años. Los que van entre la obra de Juan de Mariana, uno de esos pensadores españoles del siglo XVI que teorizaron sobre los albores del liberalismo económico y del derecho internacional, y el Proyecto de Declaración de Compromiso de la Cumbre de las Américas cuya lectura les recomiendo encarecidamente (www.summit-americas.com) para que calibren, el próximo 19 de abril, la profundidad del zarpazo que le den el Comandante Chávez y sus acólitos.Preservar y extender la libertad de mercado y el imperio de la ley es un reto en la región, pero la convicción de que es esencial para el crecimiento económico y la prosperidad y de que ha sacado de la pobreza a millones de personas y significativamente aumentado el nivel de vida global es fundamental para su progreso. A Francisco de Vitoria, otro gran representante del pensamiento legal y económico español en aquel siglo XVI, le interesó sobre manera lo que ocurría en una rincón del mundo que aún no se llamaba Latinoamérica y la dimensión moral del libre comercio, pero curiosamente jamás disertó sobre uno de los temas en relación con el otro. Nunca es tarde.Latinoamérica mantiene una razonable representación en el G-20. Si consideramos además la silla que en Washington acabó ocupando España (“una gran economía con un admirado sistema de regulación financiera”, cuya inclusión en el grupo respalda The Economist con esas palabras), la Comunidad Iberoamericana contó en Washington con cuatro representantes, tres de ellos natos (Argentina, México y Brasil, éste último presidiendo el grupo en 2008 y participando de la Troika en este importantísimo 2009). No tan lejos, en número al menos, de la Commonwealth (Australia, Canadá, India, Sudáfrica y el Reino Unido) o incluso de la Unión Europea (Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido).La plataforma latinoamericana de las empresas españolas adquiere en ese contexto una importancia capital. No sólo por su valor intrínseco (imposible de replicar hoy en muchos sectores para un new player) sino también por su posición privilegiada para atacar como jugadores locales los nuevos desafíos en todo el continente. En el desarrollo de las infraestructuras y las comunicaciones, en la diversificación de la matriz energética, en la educación, la investigación, el turismo o en todo lo que tenga que ver con la promoción de la sostenibilidad ambiental se abre un espacio enorme de oportunidades.Debió de ser impagable haber escuchado, al inicio del mandato de Obama, aquella conversación telefónica entre los Presidentes de los dos países más poblados del continente americano en la que al afectuoso “call me Barack” del del gigante del norte, el del coloso tropical respondió con un entrañable “pues espero que me llames Lula”. Recuerda la escena apócrifa en la que, nada más bajar de la escalerilla de su avión presidencial aún en un Río de Janeiro capitalino, al convencional “how do you do, Dutra?” del mandatario norteamericano replica el entonces Presidente brasileño con un glorioso “how tru you tru, Truman?”.Pero más impagable aún habría sido asistir a la fase de la reciente conversación personal entre ambos en la Casa Blanca en la que, según las crónicas, y hablando de la crisis financiera y el papel de Obama, el traductor adaptó a un frío “no querría estar en sus zapatos” la castiza expresión brasileña proferida por el Presidente Lula: “no querría estar en su lugar con un pepino de esos entre las manos”. Así cualquiera se desacopla.
Jaime Llopis
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